“Les niñes migrantes queman etapas para cuidar de sus hermanes”
El Día de la Visibilidad Bisexual 2022, Cultura Diversa ha cumplido 10 años. Para celebrar un aniversario tan importante, este y los siguientes meses, voy a entrevistar a 10 personas que admiro. Empiezo con Paola Quisilema, mujer bisexual y ecuatoriana, con quien charlo (en una entrevista dividida en 2 artículos) sobre racismo en España, veganismo, salud mental, afrofeminismo, su visibilidad bisexual o el paso por una secta cristiana.
Paola Quisilema haciendo gala de visibilidad bisexual y servidore, cerca del comienzo de la manifestación del Orgullo LGTBIQA estatal 2022 (foto: Bárbara Riguero).
Paola Quisilema y yo
Conocí a Paola por pura casualidad en el World Pride Madrid 2017, junto a Bárbara (la fotógrafa de las fotos sobre estas líneas). Congeniamos muy bien y, en unos meses, ya éramos íntimas.
Tanto Paola como yo hemos sufrido violencia sexual y, la primera vez que salió el tema, dijo unas palabras que me han ayudado muchísimo a hablar algo más del asunto, a convivir con los sentimientos de culpa y a decidirme a querer tratarlo en terapia.
Yo siempre he tenido muy claro por qué no me atrevía a mencionar esa etapa de mi infancia y adolescencia: que me dijeran que no había sido para tanto y que, al fin y al cabo, lo había permitido.
No solo eso, sino que se me echara en cara algo que me atormentaba: que mi cuerpo reaccionara como se supone que no tiene que reaccionar cuando abusan de él.
Paola me dijo que el cuerpo es el cuerpo y que es normal que reaccione de ciertas maneras ante determinadas acciones. Además, eso es independiente, es decir, no anula el mal que te están haciendo ni reduce la culpabilidad del agresor.
Paola Quisilema y yo en la manifestación estatal del Orgullo LGTBIQA 2021 (Madrid).
Hablar libera
Otras cuestiones que nos han unido mucho son padecer TCA (bulimia y anorexia y bulimia, respectivamente) dismorfia, ansiedad y episodios depresivos (hablar con libertad de estos temas es una maravilla), pertenecer al colectivo LGTBIQA, haber recibido una educación cristiana que nos ha lastrado, el feminismo y evolucionar a ritmos similares enriqueciéndonos mutuamente.
De Paola, admiro su fuerza, lo claros que tiene multitud de objetivos vitales y la capacidad para encontrar diferentes espacios que son su sitio.
Todos estos asuntos impregnan la siguiente entrevista, dividida por bloques temáticos.
1 – Ecuador y primeros años en España
Paola Quisilema es de Quito, la capital de Ecuador. En la imagen, la iglesia y el convento San Ignacio de Loyola de La Compañía de Jesús (foto: edición propia sobre imagen de mauro gambini).
¿Cómo fue tu experiencia de venir aquí a España?
Viví en Ecuador solo 9 años.
Tengo bonitos recuerdos de allí. También, feos porque iba a un colegio que era solo de niñas en el que sufrí bullying. Tenía 6 años la primera vez que una de esas niñas (creo que tenía 14) me agredió físicamente.
Así que, cuando mi madre me dijo que me iba a venir a España, fue una manera de escapar de esa situación.
Entonces, yo lo estaba pasando muy mal, porque la última vez que ella me agredió me cogió del cuello y me levantó. Además, lamentablemente, cuando tenía 7 años más o menos intentaron abusar de mí en la calle. Todo eso se volvió una bola.
Y, al final, cuando mis padres me dijeron que me iba a venir aquí, quería, pero no quería porque en Ecuador tenía a mi familia (mis abuelos, tíos, primos y mis amiguitas del cole).
¿Cuánto tiempo estuviste sin ver a tus padres?
Ya llevaba un año sin verlos y venir aquí fue un cambio muy grande.
Primero, por el país: era todo nuevo y mucho más moderno que en Ecuador.
Segundo, porque me metieron en un colegio en el que había niños y yo no sabía relacionarme con chicos.
¿Qué fue lo más chocante al principio?
El hecho de venir aquí ya era un choque. Es decir, la gente no hablaba como yo cuando se dirigía a mí.
No sé, ciertas cosas tontas, como por ejemplo un folio. ¡¡Eso nunca se me va a olvidar!!
Aquí se dice folio, pero en Ecuador se llama hoja de papel bond, y me acuerdo de que, cuando llegué, la profesora dijo “sacad un folio”. Y yo, “¿qué es eso?”
También, el momento “vamos a la sala de ordenadores”. En Ecuador, se llaman computadoras porque es una traducción literal del inglés. Era raro, como lo de “ratón” (yo lo llamaba mouse).
Sí, esas cosas fueron bastante chocantes.
¿Cómo fue volver a vivir con tus padres?
Difícil, porque llevaba un año sin verlos y un año exacto conviviendo con mi tía, que era como mi mamá en Ecuador (la persona a la que mis padres dejaron el poder para cuidar de mí y de mi hermana).
Cuando ya llegamos, mis padres no se pudieron acercar a recogernos al aeropuerto porque todavía estaban indocumentados. Entonces, quién se tuvo que acercar fue otra tía que ya tenía la residencia.
Fue feo porque nosotras esperábamos llegar y encontrar a nuestros papás ahí y poder abrazarlos. En cambio, nos encontrarnos con nuestros tíos, a los que llevábamos casi 6 años sin ver. Eran desconocidos para nosotras.
Después, ya en la casa, cuando vimos a mi mamá, la abrazamos, fuimos a mi padre y… ahí empezó un poco el conflicto de encontrarnos de nuevo.
Y es que teníamos en la cabeza metido el chip de tío/tía y empezamos a llamar tíos a nuestros padres. A mi mamá le dolió la primera vez que se lo dije y yo lo siento.
También, todo resultó duro porque llegamos el 14 de agosto del 2002 y mi madre, el día 26, se tuvo que volver a Ecuador porque le habían concedido el visado.
¿Por qué le hicieron volver?
Antes, cuando te daban la documentación, te tenías que volver a tu país e ir a la embajada de España a que te pusiesen el sello del visado que te permitía estar aquí.
Este proceso se tardó como un mes, entre ida y vuelta. Justo, ese era el mes en el que empezábamos el cole y mi tía se hizo cargo de nosotras.
La Ley Orgánica 4/2000, de 11 de enero, de Extranjería: una muestra del racismo un España, un racismo estructural (foto: Newtral).
Más allá del choque lingüístico, ¿cómo fueron tus inicios en el colegio?
Muy duro porque suponía ver a personas completamente distintas a nosotras.
Encima, cuando llegamos empezamos a vivir en Parla, casi no había migrantes. De hecho, éramos mi hermana, 3 niñas marroquíes y yo.
Fue difícil adaptarnos a la gente, al lugar, a los niños…
Evolución de la población migrante en España, de 2000 a 2010. Como puede verse, el incremento de población ecuatoriana es espectacular (fotos: capturas obtenidas del vídeo “Migraciones España” de la Vida en un Gráfico).
Yo doy gracias porque siempre he sido una persona que intenta hablar con los demás. A mi hermana le costó mucho porque es muy introvertida.
Me acuerdo que, al principio, nos quedábamos sentadas las 2 solitas en el patio, en una esquina, porque no sabíamos qué decir a la gente que estaba allí.
Luego nos fuimos acoplando poco a poco, empezamos a hacer amigos y todo eso.
2 – El racismo en España
¿Cuándo empezaste a ser consciente del racismo?
Recuerdo que la primera vez que sentí que sufrí racismo en España fue en el instituto.
Estaba en primero de la ESO y me empezaron a llamar Pocahontas.
Yo, antes, tenía el pelo bastante largo y negro. Ya lo he cambiado y me lo he puesto en 1 millón de colores, pero tenía el cabello bastante largo, liso, negro y la gente me empezaba a tocar el cabello.
Me sentía muy invadida, pero lo peor fue cuando empezaron con lo de Pocahontas. Les hacía gracia y recuerdo que le pregunté a uno de los chicos que me llamó así que por qué lo hacía y me dijo: “es que te pareces. Además, no te sientas ofendida porque es una princesa de Disney”.
Fue un momento bastante inquietante y muy feo porque no supe cómo actuar.
Leyre Cerezal ilustró así lo ridículos e invasivos que son los comentarios racistas que hacemos/hemos hecho las personas blancas (imagen: AJ+ Español).
Fuera del ámbito del colegio, ¿qué otras formas de racismo viviste?
No tenía mucho contacto con mis padres porque, lamentablemente, la gente se aprovecha de las personas migrantes y trabajan de sol a sol.
Mis padres entraban como a las 07:00 y llegaban a casa a las 22:00, por lo que tuve que crecer y desarrollarme muy rápido.
Aprendí a cocinar como a los 9-10 años. Yo cocinaba, limpiaba, bañaba a mi hermana, le ayudaba a hacer los deberes, la mandaba a dormir… Era su mamá, prácticamente.
Me tuve que hacer responsable de muchas cosas desde muy pequeña. Por ejemplo, nunca le pedí a mi madre que me ayudara con la documentación al pasar del cole al instituto. Fui yo la que hizo todo.
No me gustó el instituto al que me habían mandado y también me encargué de todo el proceso para cambiar de instituto.
En general, todo fue difícil. Tuve que madurar y crecer muy rápido. De hecho, las personas que nacieron españolas vivieron sus fases de niñez y adolescencia. Yo me las he saltado.
No me quedó de otra y es lo que pasa con les niñes migrantes, que queman etapas porque se tienen que hacer responsables del cuidado de sus hermanes, de aprender a cocinar…, cuando deberíamos poder salir a jugar.
Racismo en España: la explotación laboral a las personas migrantes.
Unas infancias y adolescencias robadas en toda regla
Sí, de hecho, recuerdo una temporada en la que mis padres llegaban a casa a las 12 de la noche. Casi no los veíamos y fue una etapa muy dura.
Me acuerdo de cuando tenía 12 años. Si no me equivoco, me bajó por primera vez la regla. No sabía con quién hablar.
Mi mamá no estaba y me bajó en el instituto. Una amiga me dio una compresa, pero yo no sabía ponérmela. Nunca había visto una y me la puse al revés. Luego para quitármela, lloré del dolor.
Encima, me volví muy sensible (cuando tengo la regla me vuelvo muy sensible). Ahora, lo he aprendido a controlar un poquito más, pero en ese momento no sabía hacerlo y me echaba a llorar porque me mirasen mal.
¿Cómo manejabas la ausencia de tus padres?
No siempre de manera justa con ellos.
Recuerdo que, aquí en el cole, se hacen presentaciones, bailes… y mi hermana tenía una de esas.
Yo ya estaba en tercero de la ESO y salía a las 14:30 del instituto. Mi madre dijo que sí, que llegaba para verla, que iba a pedir permiso de trabajo a su jefa para que la dejara salir.
Esto me duele mucho. Yo no pude salir antes del instituto, por lo que mi hermana tuvo que presentarse sin que nadie la viese. Cuando yo llegué, estaba sentada, sola y llorando. Entonces, me pregunto por qué mamá no había podido venir.
En ese momento, me di cuenta de que ser inmigrante iba a ser muy difícil para las 2 (por ser pequeñas) y para mis padres (por estar aquí, buscando un futuro mejor, pero enfrentándose a situaciones complicadas).
En 2004, cuando Paola Quisilema estaba en 3º de la ESO, la población migrante en Parla era de 6.101 personas (fuentes: INE y epdata).
Yo me enfadé muchísimo con mi mamá y ese día le pregunté que para qué nos había traído a España, si nos iba a hacer sufrir. Para qué nos había traído a este lugar si no íbamos a tener padres.
Le dije que prefería volver a Ecuador y quedarme con mi tía. Por lo menos, allí íbamos a tener a alguien pendiente de nosotras.
De hecho y por el trabajo, mi madre ha tenido que romper sus promesas con mi hermana.
¿Cómo ves ahora estas situaciones con la perspectiva de los años?
Me cabrea y duele mucho. No es justo, es decir, no hemos venido aquí para quitar nada a nadie, pero muchas veces la gente se aprovecha de las personas migrantes.
Por ejemplo, ocurre que a las personas migrantes, cuando ya tienen sus documentos, les cuesta mucho encontrar trabajo porque, a pesar de tener estudios, aquí no son nada valorados.
Y si quieres que te los valoren, tienes que pasar por muchísimas trabas, por muchísimas políticas innecesarias para que al final te digan que tu título aquí no tiene validez porque las asignaturas se llaman de forma diferente.
Me da mucho coraje que pase esto y que las leyes no cambien o que no se haga nada para intentar solventarlo. Es increíblemente injusto que personas que hayan estudiado Medicina, Arquitectura, Periodismo… solo pueda trabajar limpiando, cuidando a personas mayores o en el campo.
Sí, es verdad, hemos decidido migrar, pero no se decide migrar porque sea algo agradable. De hecho, migramos porque la situación de nuestros países no es buena.
Por ejemplo, mis padres decidieron salir de Ecuador porque el país, dentro de una recesión económica jodidísima, había quebrado y perdido su moneda. Cientos de miles de personas perdieron su dinero, que pasó a valer casi nada.
La mayoría de las personas ecuatorianas que migraron a España fue en esa época (1999-2004). Se fueron para subsistir y se encontraron con que aquí la gente te mira mal por la calle o te grita cosas.
¿Puedes contar alguna situación concreta de racismo en España poco visibilizada?
Una vez, mis padres ya habían conseguido ahorrar algo de dinero y quisieron alquilar un piso.
Mientras paseaban, se encontraron con una inmobiliaria y se pararon a mirar el escaparate. Ahí, vieron que había un montón de pisos para alquilar.
Bueno, pues cuando entraron les dijeron que todo estaba alquilado.
Sentir ese rechazo de la sociedad solo por ser personas migrantes es horrible.
¿Te acuerdas cuando fuimos a buscar pisos en Getafe y esa señora no nos dejó ni siquiera pasar de la puerta, mientras nos miraba de arriba a abajo?
Cuando se lo conté a mi mamá, me dijo que fue lo mismo que sintió entonces. Se refería a esa incomodidad de que te miren de arriba abajo, juzgándote y haciéndote sentir que no encajas en ese lugar.
Lamentablemente es cómo te hacen sentir muchas veces por ser gay y no binaria, y lo que siento yo muchas veces por ser racializada.
Racismo en España: la discriminación étnica en el alquiler de viviendas, una violencia que sigue de plena actualidad, como demuestran estas noticias de El Salto, Portal d’Habitatge de l’Ajuntament de Barcelona, Cadena Ser, Accem y 20 minutos.
¿Has sufrido alguna identificación policial por perfil étnico?
Sí, además, es algo muy abrupto. Te dicen “documentación”. Es horrible ese momento, la sensación de miedo a la policía porque no sabes lo que te puede hacer.
A mí me han parado varias veces, sobre todo, cuando iba a la universidad. Yo hacía transbordo en Nuevos Ministerios y ocurría ahí.
Entonces, yo ya tenía el DNI y, al sacarlo, la forma de tratarme cambiaba.
Y creo que el momento más feo y humillante que viví fue cuando me pararon y me dijeron: “tienes que sacar todo lo que tienes en la mochila”.
Delante de todo el mundo, sacaron los libros, me abrieron el estuche… Tenía una bolsita donde llevaba las compresas por si me bajaba la regla. Pues me la abrieron, las sacaron y revisaron.
Fue un momento muy humillante y me sentí fatal. No estaba haciendo nada malo, solo quería cambiar del metro al tren y es muy triste que el Gobierno no haga absolutamente nada para frenar las paradas raciales.
Claro, es que ¿cómo confiar en la policía?
Las personas que no somos normativas tenemos miedo a la policía, es decir, las personas blancas van tranquilamente por la calle. Por ejemplo, a una persona rusa o ucraniana, que cumple con los estereotipos asociados, no la paran por la calle.
Es lo mismo que pasó cuando se desató la guerra de Ucrania. Todo el mundo pidió y permitió entrar a las personas blancas. En cambio, las personas ecuatorianas, las personas negras… estuvieron semanas atrapadas en la frontera con Polonia y nadie decía nada.
Duele ver que la sociedad no avanza en el tema del racismo. De hecho, retrocede porque ahora mismo quieren que la inteligencia artificial sea la que en los aeropuertos revise qué perfiles pueden ser los más propensos a llevar drogas o cosas así.
Y la inteligencia artificial ¿qué perfiles va a buscar? Solo de las personas racializadas.
Resulta triste que tengamos que vivir así y muchas veces lo que me cabrea es que la gente blanca diga que las personas extranjeras o las personas racializadas formamos guetos. ¡¡¡Es normal que los formemos!!!
Es lo mismo que cuando se critica que la gente LGTBIQA se relacione solo con iguales
Exacto. ¿Cómo quieren que me sienta segura en un lugar agresivo para mí como persona racializada? Es normal que mis amistades sean de ciertos lugares con los que yo me siento más acompañada.
3 – La deconstrucción del racismo
¿Cómo ha afectado todo el racismo al desarrollo de tu personalidad?
A medida que iba creciendo aquí y viviendo que mi tono de piel era malo, me fui asimilando más a lo que eran las costumbres o la persona “tipo” española. De hecho, hubo un tiempo en el que quise blanquearme la piel.
Otro tema es el de mi forma de hablar. Obviamente, iba cambiando poquito a poco, pero yo aceleré el proceso. Por ejemplo, cuando tenía 13 o 14 años, empecé a practicar mucho hablar con la “c” y con la “z”.
Yo había crecido en Ecuador, ¿cómo iba a hablar?, pero me sentía mal al sesear.
Recuerdo que, en una clase de Lengua, había otra persona más de Ecuador. Él estaba leyendo un texto en el que había palabras con “c”. No las leía como aquí y todo el grupo se rio, incluido el profesor.
Y, a ver, no hablamos mal por sesear, pero muchas veces intentamos asimilarnos a la forma de aquí porque no queremos que nos discriminen o se burlen de nosotras.
Lo más triste es que, cuando se rieron de él, yo me dije que no quería ser como ellos, que no quería parecerme a esa gente, a la gente latina.
Sí, dentro de mí existía mucho racismo hacia las personas de mi propio país.
¿En qué se manifestaba ese racismo?
Al principio, recuerdo que me daba muchísima vergüenza decir que era de Ecuador.
También, me molestaba la pregunta “¿de dónde eres?” por muchos motivos, pero sobre todo porque me habían enseñado a odiar mi propia cultura y mi herencia (más allá de todo lo que perdimos por la conquista española).
Poco a poco, fui dándome cuenta de lo equivocada que estaba. Eso me llevó a ir conociendo lo que es el racismo y a ser consciente del racismo en España.
Recuerdo, hace años, hablabas de activistas afrodescendientes españolas y decías “no, es que tú no eres de África, eres de España…” Luego, has ido evolucionando y yo he seguido ese camino contigo. Ahora, me doy cuenta de que estaba muy arraigada en ti esa creencia por asimilarte.
Exacto. Era como “no, no eres de allí” y, al final, mis palabras eran una muestra del rechazo que sentía a mi propia esencia, hacia lo que soy.
Yo no puedo decir que soy de España, yo soy de Ecuador y ahora me siento muy orgullosa de decirlo, pero en su momento era horrible porque yo no quería que me ligaran con la gente de allí, con lo que se decía (“borrachos” y “guarros”).
La verdad es que el tema de la racialidad ha sido algo que me ha llevado mucho tiempo y que he ido trabajando a lo largo de estos años.
¿En qué aspectos se ha centrado ese trabajo?
A ver, yo no quería afrontar nada sobre el tema porque era una parte de mi vida que dolía.
La gente no entiende que sí, nací en Ecuador. Sí, me siento muy orgullosa de ser Ecuador, pero vine aquí muy pequeña. No sabía absolutamente nada de Ecuador.
Ahora, que he ido aprendiendo cosas, estudiando o buscando información, ya sé algo.
Ha sido un camino doloroso en el que he tenido que reconocer muchos de mis privilegios. También, me ha enseñado mucho.
¿Cuál fue el punto de inflexión en tu deconstrucción?
Creo que cuando más me sentí ligada a Ecuador fue el año pasado. Antes de eso, yo ya tenía algunas amigas racializadas, pero no sé, quería un poquito más.
Entonces, seguí a varias cuentas de personas racializadas. Una de ellas, SOS Racismo, organizó un taller de empoderamiento para mujeres racializadas. En ese taller, conocí a personas maravillosas y una de ellas es mi psicóloga.
Paola Quisilema en el taller de liderazgo para mujeres racializadas de SOS Racismo (foto: Facebook de SOS Racismo Madrid).
Estoy muy feliz de haberla conocido porque eso era otra cosa, tengo problemas. Desde pequeña soy una persona rellenita, por lo que sufro conflictos con mi físico.
De hecho, de adolescente tuve problemas con la bulimia, que sigue latente, aunque ahora sé controlarla más o menos.
También, tuve muchos episodios de depresión por cosas que me pasaron con la iglesia, que ahora te contaré.
Y claro, fui al taller y creo que fue la primera vez en mi vida que me abrí en canal para contar cómo me sentía como persona racializada.
Lloré mucho porque también me di cuenta de un montón de cosas que yo hacía mal.
¿Cómo qué, por ejemplo?
Prejuzgar a la gente. Creo que al haber crecido aquí y al haber crecido rodeada de gente española, tenía muy asimilado prejuzgar, mirar mal o asustarme con personas, solo porque el país de fuera lo tenía asociado a algo malo.
Me di cuenta de eso en el taller y, sobre todo, cuando fui con mi hermana de viaje y estuvimos en París.
Fuimos a buscar un lugar para lavar la ropa que estuviera cerca del hotel. Nos metimos en un lugar y, claro, yo francés hablo muy poquito. Pues, en ese lugar, todas las instrucciones estaban en francés.
No vi inglés por ninguna parte, pero nos ayudó una señora muy amable que estaba ahí. Luego se fue y llegaron 2 señores árabes. Mi hermana y yo nos cagamos de miedo.
Los señores ni nos miraron, pero uno de ellos, muy simpático, nos explicó cómo poner la moneda para darle a la maquinita que secaba.
En ese momento, caí en cuenta de lo rápido que prejuzgamos a la gente. Y, sobre todo, ni siquiera por ser hombres. Yo los juzgué porque eran personas árabes.
Fragmento de una publicación para impulsar la ILP del movimiento estatal de RegularizaciónYA (foto: edición propia sobre imagen de SOS Racismo Madrid).
Fui consciente entonces y dejar de prejuzgar a la gente por la ropa o por su nacionalidad ha sido uno de los temas que he ido trabajando en este último año. Al final, son estereotipos.
Como el de que todas las mujeres latinas bailáis muy bien
Exacto, cuando hay gente latina que no baila nada.
También, está un estereotipo con el que siempre he chocado, sobre todo, cuando empecé en la universidad: “la latina caliente”.
Siempre se han creído o se han pensado que, por ser una persona racializada, yo buscaba una pareja española, cuando en mi vida he tenido una sola pareja de aquí.
Yo, de hecho, me siento más segura yendo a discotecas en las que las personas son LGBT o a las que son latinas. No es que, en estas últimas, los hombres sean unos santos, pero son menos lanzados.
¿A qué te refieres exactamente con “lanzados”?, ¿a agresores?
Te explico. Una vez, cuando estaba trabajando en una revista, fui a cubrir un concierto en Fabrik. ¡Maldito día que fui!
Me acompañó mi hermana porque sacaba las fotos. Ella se metió al foso para eso.
Al cantante, lo había entrevistado esa misma semana y él me invitó al concierto. Cuando me vio, me saludó mientras estaba en el escenario (era muy majo el chaval).
Yo estaba ahí parada, sin perder de vista a mi hermana y, de repente, siento un aliento aquí en la nuca. Un tío se me estaba pegando encima. Sentí TODO.
Le pregunte que qué hacía y me respondió: “pues lo que a las de tu clase les gusta”. Entonces, le dije que se quitara, pero no lo hacía.
Por suerte, el cantante vio que me estaba sintiendo incómoda y pidió a uno de sus guardias de seguridad que me sacaran y me metieran en el foso (antes de esto, nos dijeron que en el foso sólo podía estar una persona).
Y esa es una de las cosas que en una discoteca latina no suele pasar porque los chicos, por lo general, cuando van a bailar siempre te piden salir a bailar, no se te lanzan encima como los buitres a intentar tocarte.
Es machismo y racismo a la vez
Representación machista de la mujer latina, otra forma de racismo en España (imagen: extracto de un artículo del diario Público).
Sí y experiencias como la del concierto me han ocurrido siempre en las discotecas españolas.
Cuando salgo con mis amigas, a todas nos lo hacen. Parece que los hombres no sienten el más mínimo respeto por la otra persona porque siempre ha habido esa mierda de “es que tú lo buscas porque eres una calienta braguetas”.
Hay un estereotipo ya presupuesto para las mujeres latinas, que nos oprime a todas.
Os deshumaniza
Exactamente, es como si no tuvieses ni voz, ni voto para decidir quién te debe gustar, sino que “como ya eres así, tienes que irte con el primero que se te aparezca”.
Y, luego encima ya sabes, los hombres cómo son cuando les dices que no. Te dicen “puta, zorra, gorda” solo porque no quise hacerles caso.
Así que sí, el tema racial ha sido muy complicado desde el principio. Aunque, también, muchas veces digo que menos mal que vine a España porque me llego a ir a Inglaterra y, ahí, ya apaga y vámonos.
En parte, también agradezco el hecho de que haya pasado todo esto. A lo mejor, en Ecuador nunca me hubiese planteado el tema de la racialidad.
O sí
Es más probable que no porque, lamentablemente, una de las cosas que más veo en Latinoamérica en general es que se da por sentado que el racismo casi no existe.
En plan, “como somos latinos, no hay racismo”. La verdad es que existe muchísima xenofobia contra las personas de otros países y muchísimo racismo contra las personas descendientes de los pueblos originarios.
O, bueno, también parece que en Latinoamérica no hay personas afrodescendientes, cuando la parte del sur fue un lugar donde iban dejando a las personas esclavizadas para que murieran.
Al fin y al cabo, el tema de la racialidad afecta a muchas aristas de la sociedad… Me ha venido bien a mí porque me gusta hablar de ello y creo que, al final, todas las personas de mi entorno aprendemos.
Entiendo que quieres decir que no todo tu círculo ha sufrido el mismo racismo, ¿no?
Justo. Por ejemplo, mi mamá es una persona mucho más blanca de lo habitual en Ecuador y, por tono de piel, no ha recibido el mismo racismo que mi padre.
Las pinturas de castas (a mayor blanquitud, mayor posición social), parte del imaginario colectivo detrás del racismo en España y Latinoamérica. Está pintura, anónima, se expone en el Museo Nacional del Virreinato (Tepotzotlán, México).
Luego, en cuanto abría la boca ya sí. Entonces, ya le decían/dicen “no eres de aquí. Te pareces, pero no eres”.
De hecho, el racismo no es “solamente” decirte “negro” o “moro” como insulto, sino que se manifiesta de diferentes formas.
Mira a las personas argentinas blancas. Desde el momento en el que hablan ya es como “eres un blanco, te acepto, pero tampoco te voy a aceptar tanto porque tu forma de hablar es rara”.
Segunda mitad de la pintura de castas expuesta en el Museo Nacional del Virreinato. Otro nombre que recibe este tipo de obras es cuadros de mestizaje.
Una pregunta que se me ha quedado en el tintero, ¿cómo llegaste a SOS Racismo?
Por las redes.
Yo empecé a seguir a un escritor colombiano y afrodescendiente: Yeison F. García, un amor de persona. Llegué ahí porque me salió en las recomendaciones de Instagram.
Yeison F. García en el festival Conciencia Afro 2021 (foto: su Instagram).
Justo me fijé en que había publicado el poemario Derecho de admisión. Me lo compré y lloré con todos los poemas.
Yeison F. García vino muy pequeñito a España y el poemario es una travesía desde el momento que sales de tu país hasta tu adolescencia y adultez. En ellos, habla de lo que supone ser niño, que te arrancan de tu país de residencia y te traen a otro completamente distinto en el que no tienes ninguna afinidad física con las personas que te están rodeando.
Me gustó muchísimo el libro y le empecé a seguir en Instagram. Un día, compartió una publicación de un lugar que yo ya había visto muchas veces.
De hecho, al pasar, siempre pensaba “algún día iré”, pero nunca lo hice… hasta que no vi ese post que hablaba del taller de SOS Racismo para empoderar a mujeres racializadas. Allí, conocí a Yania.
Yania… ¿tu psicóloga?
Sí, cuando la conocí, yo estaba en un momento horrible con la ansiedad a 1000.
Entonces, yo ya venía buscando una psicóloga porque la que yo tenía antes me ayudó un montón, pero al ser una señora española, había temas sobre la racialidad con las que chocamos mucho.
Gracias a eso, sentí que claro que necesitaba una persona que me pudiese ayudar a superar ciertas cuestiones, pero desde el punto de vista de la racialidad. Y es que, lamentablemente y en general, una persona española no lo entiende porque no lo sufre.
De hecho, en España, nos llenamos la boca con que no somos racistas y…, bueno, sí lo somos
Exactamente o te dicen “no, si no somos tan racistas”, que es como ¡¡¡¡póngase mis zapatos un día!!!!
Así que sí, la verdad es que me gustó mucho el taller y lo que aprendí. Algo que me encantó fue que hablaran sobre qué es el racismo: desde sus orígenes, una forma de situar a las personas racializadas por debajo de la línea de lo humano.
Sí, nos siguen considerando bestias solo por ser donde somos y, sobre todo, por nuestro tono de piel.
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Y conocí a gente muy linda que se ha convertido en amigas.
4 – La Iglesia Universal del Reino de Dios
¿Cuál fue tu primer contacto con la IURD?
Esta iglesia es como las plagas, la encuentras en todas partes, pero yo la conocí en Ecuador.
Yo tenía 6 años y mi madre empezó a ir a la iglesia o se acercó a Dios porque mi hermana nació prematura. De hecho, los médicos no le daban mucha esperanza de vida y mi mamá se aferró a su fe.
Así, empezamos a ir a la iglesia. Al principio, de vez en cuando. Luego, todos los domingos. Más adelante, miércoles y domingos. Después, martes, miércoles, domingos y, de repente, íbamos casi todos los días.
¿Qué hacías allí entonces?
Yo era pequeñita, por lo que me dejaban en la escuelita con más niñitos. Y, bueno, pintaba y jugaba.
Así son las escuelitas de la Iglesia Universal del Reino de Dios (foto: edición propia sobre imagen obtenida del Google My Business de su sede próxima a Atocha, Madrid).
Luego, mi madre dejó de ir allí porque quebró el Banco de Ecuador y todo se fue a la mierda.
¿Cuándo volvisteis a la iglesia?
Cuando mis padres vinieron a España, mi madre volvió a la iglesia.
Así que, al llegar mi hermana y yo fue como: “de Ecuador a la iglesia”… Aunque, bueno, no me importaba mucho porque era pequeña. De hecho, en la iglesia te permiten estar en la escuelita hasta los 10 años.
¿Qué ocurre a partir de esa edad?
Sucede que ya tienes conciencia de qué es el bien y el mal.
Cuando cumplí 10, me dijeron que había crecido y que me tenía que quedar en el salón. Eso suponía ir a una reunión a las 10 de la mañana los domingos.
Yo me quedaba dormida la mayor parte del tiempo porque siempre he tenido problemas a la hora de dormir. Yo me dormía muy tarde, no porque quisiera, sino porque no podía antes. Y…, claro, el día siguiente era una zombi andante.
En España, la Iglesia Universal del Reino de Dios se hace llamar Centro de Ayuda Cristiano (foto: mismo Google My Business ya mencionado).
¿Cómo era el funcionamiento de la IURD a esas edades?
Con 11 o 12 años, me empezaron a introducir dentro de las tareas de la iglesia.
A mí, me pedían que hiciera cosas en la escuelita, que ayudara a preparar el desayuno, a cortar folletos o cosas por el estilo.
Cuando eres pequeñito, las sectas funcionan así. Te van captando con cosas que parecen sumamente normales, mientras te van metiendo ideas en la cabeza.
Por ejemplo, yo recuerdo que había 2 obreras que siempre me decían “Paola, tú vas a ser una maravillosa esposa de pastor”.
Eso se me quedó en la cabeza, es decir, desde entonces, mi meta fue llegar a ser la esposa de un pastor.
¿Tu familia también tuvo experiencias similares?
No. De hecho, mi mamá iba a la iglesia, pero tampoco se metía en todo.
Al final, las sectas funcionan así: siempre van a por la persona que más vulnerables les parece. En este caso, desde siempre, yo fui una persona con muchos issues entre mi cuerpo, mi mente, la depresión…
Siempre fui una persona muy vulnerable. O sea, en cuanto me daban un poquito de amor, yo ya caía a los pies de las personas.
Eso me suena
Sí, ¿verdad? (risas).
Bueno, lo que contaba, como cuando me decían “bonita” yo ya estaba saltando, poquito a poco, me fueron metiendo y, al cumplir 15 años, me hicieron obrera de la iglesia.
Obrera es uno de los multiniveles de la organización. Otros son:
- El obispo (el mandamás)
- Los pastores, que son un montón y tienen diferentes iglesias en Madrid y España
- Sus esposas
- Los misioneros o misioneras, que son como los pastores, pero sin el título porque no están casados o casadas
- La base de la pirámide, es decir, los obreros y obreras
¿Qué supone ser obrera?
Como indica su nombre, son los mandados y hacen de todo.
Cuando me dijeron que iba a ser obrera, me sentí muy orgullosa porque había logrado algo que quería o que, más bien, me habían dicho que tenía que querer. De hecho, siempre tuve una pregunta dentro de mí: “¿de verdad quiero esto?
También, me respondía que sí quería. Aunque, al mismo tiempo, resonaban cosas muy raras en mi interior.
Testimonios para captar personas, situados en el exterior de diversas sedes del Centro de Ayuda Cristiano (foto: captura propia en el Street View de Google Maps).
¿Cómo cuáles?
Yo también quería vivir una vida, es decir, tener lo mejor de los 2 mundos, como Hannah Montana:
- La vida en la iglesia
- Mi vida fuera de la iglesia
Y…, siendo obrera, una de las cosas que me pasó fue que me violaron.
Se supone que yo ya era una persona llena del Espíritu de Dios o algo así. Entonces, yo no tenía que haber hecho eso…
Ocurrió un día que hice pellas. O sea, no sé cómo mi amiga me terminó llevando a la casa de unos conocidos suyos y no sé qué me pusieron en la bebida. Cuando me desperté, tenía gente a mi alrededor.
Me sentí fatal, es decir, ya una violación es mala y dolorosa. A eso, añádele la culpa que sientes por haber estado ahí y la culpa por saber que tú no tenías que estar ahí porque eres una persona de Dios.
Yo me sentía sucia por lo que me había pasado y pecadora por haber dejado que pasara.
La culpa siempre es del violador (ilustraciones: RO Ferrer y Karla Dueñas).
¡Eso es horrible!
Y añade que no se lo podía contar a nadie, porque si lo hacía me iban a regañar. O sea, no me iban a decir “lo siento”, sino que era mi culpa por ir a un lugar cuando tenía que estar en el instituto.
Tardé años en contárselo a mi madre. Cuando tenía 19, fui capaz de decirle lo que me había pasado y, después de eso, ya lo pude hablar más con la gente, como cuando os lo conté a vosotres.
Me acuerdo de ese momento. Yo estaba hablando un poco a nivel general de cómo era vivir habiendo sufrido violencia sexual sin tampoco entrar en mis cosas. Y, entonces, tú dijiste algo apoyando lo que yo decía, pero siendo más explícita.
Así, yo ya conté lo mío, siendo más explícite. Me ayudó mucho lo que me dijiste sobre que el cuerpo es el cuerpo y que eso no cambia la violencia que han ejercido contra ti, que el cuerpo segrega algo cuando ocurren ciertas cosas, que no quitan peso a lo que nos hacen.
Real que, a mí, me costó mucho también entender eso.
¿Sabes dónde lo aprendí? En una serie que estaba viendo antes de contárselo a mi madre: la de Unidad de Acción Criminal.
A una de las chicas de un capítulo, la violaban y, a pesar de que estaba llorando y asqueada por lo que estaba pasando, se corrió. En el juicio, el abogado de la defensa de los violadores dijo “pero es que se corrió”.
Entonces, una psicóloga salió diciendo que era sumamente normal que eso pasara en cualquier violación puede pasar. Tú puedes estar muy asqueada por lo que te está pasando, puedes estar sumamente dolido o quedarte sin ningún tipo de acción, como inerte, pero, al final, el cuerpo responde.
Tenemos terminaciones nerviosas por todas partes y, por mucho que no queramos ciertas cosas, nuestro cuerpo actúa solo. Te puedes correr, sí, pero eso no significa que te estés sintiendo a gusto con eso.
Cuando lo oí, me dije que menos mal y, luego, lo busqué por si la serie se lo estaba inventando.
¿Cómo lograste gestionarlo?
Fue duro tener que tragarme todo eso sola. Yo sabía que todo el mundo me iba a juzgar, señalar y tratar mal.
Lo peor de todo es que yo pensaba que me iban a sacar de obrera y, para mí, ser obrera lo era todo. También, implicaba ser perfecta en todo: buena estudiante, hija, hermana, amiga, obrera, profesora de la escuela…
Tenía que ser absolutamente todo y suponía una carga emocional horrible de llevar. Sobre todo, cuando quería decir que me sentía un poco mal por todo lo que estaba llevando encima.
La violencia sexual se recuerda toda la vida (foto: América TeVé).
Ante mis intentos, me decían: “tus problemas los dejas en la puerta de la iglesia. Cuando entras aquí, tus problemas no existen”.
Mi respuesta era como “vale, bueno” porque tenía que estar bien para ayudar a otras personas. Y es que ser obrera implicaba atender a la gente, escuchar sus problemas e intentar darles solución.
Aunque luego, yo pensaba, pero “¿qué mierda solución le voy a dar si no sé solucionar mis problemas? ¡Auxilio!”
¿Qué hacías cuando te encontrabas en esas situaciones?
Siempre he sido una persona muy lógica y, también, que escucha. Entonces, a la gente le gustaba hablar conmigo.
Lo malo es que muchas veces las personas interpretaban mi forma de ser con otras cosas. O sea, por la iglesia de Getafe pasaron muchísimos misioneros, yo hablaba con ellos y la gente ya me estaba casando con ellos.
Yo solo hablaba. Eso no significaba que me gustaran.
Y… así fui creciendo dentro de la iglesia, teniendo muchísimas responsabilidades. Hasta que llegó un punto en el que me harté.
Sí, seguía yendo a la iglesia y siendo obrera, pero quería vivir. Necesitaba vivir. En esa época apareció Noa.
¿Quién era Noa?
Ahora no hablo con ella ni tengo ninguna relación, pero creo que, en ese momento, fue el barco que me salvó.
Entonces, yo ya estaba estudiando Periodismo y, en la iglesia, me pusieron de responsable de la parte de radio enfocada a los jóvenes (empecé cuando tenía 14 años), televisión y prensa.
Hicimos un evento bastante grande y me pidieron que buscara alguna revista (impresa u online), que quisiese publicitarlo.
Gracias a ello, di con una revista que se llamaba The EnZone Magazine. Pregunté y al dueño le gustó. Así que vino a la iglesia, cubrió el evento (fotografías, vídeos…) y, después, me pidió que yo escribiese todo el artículo.
Cuando lo leyó, me dijo que le gustaba mucho cómo escribía y que si quería trabajar con él. Le dije que sí y aquí entra en escena Noa.
Nos presentó porque íbamos a ser parte del equipo de trabajo de The EnZone Magazine.
¿En qué sentido fue determinante conocer a Noa?
Al escribir, empecé a trabajar y a ganar dinero. Me gustaba lo que hacía.
Tenía que ir a cubrir entrevistas con cantantes. Sobre todo, eran latinos (parte de The EnZone Magazine venía del medio online que había tenido antes Noah, que cubría eventos de artistas de República Dominicana) y, claro, ya no tenía tanto tiempo para estar en la iglesia.
Eso fue: me gustó más lo que vivía afuera que lo que tenía adentro.
¿Cómo fue el proceso de desligarte de la IURD?
Además de mi experiencia en The EnZone Magazine, una de las cosas que me alentó a salir de la IURD fue el machismo.
Como ya dije, yo siempre he sido una persona muy amable, muy simpática con la gente. Lamentablemente, es otra de las cosas que siempre me ha traído problemas en la iglesia. Sobre todo, con los hombres.
Sí porque, cuando sonríes a un tío, ya se cree que te quieres acostar con él. En la iglesia, era lo mismo porque es muy machista. ¡¡¡¡Hay muchísimo machismo disfrazado dentro de la iglesia!!!!
Una de las cosas por la que siempre me regañaban los pastores era porque yo era muy amiga de chicos.
Depositar la responsabilidad y culpa de un abuso/agresión en sus víctimas es violencia (foto: elaboración propia a partir del meme de Lisa Simpson).
Por ejemplo, una de las últimas veces que me tocaron ya muchísimo la moral fue con un amigo. Un pastor me pidió que fuera a buscar unos frascos de cristal y le pregunté a él si me podía acompañar porque tenía que comprar 10.
Nos fuimos a comprar y, cuando volvimos, entramos riéndonos en la iglesia. Entonces, apareció la de esposa de un pastor y me señaló para que me acercara.
Me llevó a una de las salas de reuniones y me regañó diciendo que yo no podía ser así con los chicos porque los iba a llevar a pecar.
Por aquel entonces, ¿tú ya veías que esas palabras estaban mal?
Creo que la primera vez que ese tipo de palabras resonaron en mi cabeza fue cuando cogí peso.
Desde los 14 hasta los 19 años viví una ansiedad horrorosa. Subí de peso y el pantalón del uniforme que llevábamos entre semana (la falda era en los fines de semana) me quedaba un pelín más estrecho.
Un día, la esposa de un pastor me dijo que no podía volver a usar el pantalón, sino siempre la falda. Cuando le pregunté que por qué, su respuesta fue que el pantalón me quedaba muy apretado y que eso hacía pecar a los hombres cada vez que yo pasaba por en medio del salón.
Me quedé como “señora, si tengo 16 años, ¿quién va a estar pecando conmigo? Si hay alguien pensando en cosas raras conmigo, debería ir a revisárselo porque son señores”.
“No me digas cómo vestir, dile a ellos que no violen” (foto: The Times Of India).
¿Te alejaste a partir de ahí?
No, exactamente. De hecho, empecé a utilizar solo la falda.
Más adelante tuve otros problemas con la iglesia. Creo que fueron diferentes vivencias que se fueron acumulando.
Por ejemplo, otra de las que me condujo a decir basta sucedió cuando yo había empezado la carrera. Un pastor me pidió que diera testimonio sobre que, antes, lloraba mucho y que, después (gracias a la IURD), ya no lloraba y estaba bien.
Era mentira porque yo seguía llorando todas las noches en mi habitación, pero, bueno, tenía que dar testimonio. Si no lo daba, significaba que Dios no había hecho nada en mi vida.
En formato vídeo, el pastor le pidió a Paola Quisilema un testimonio de este tipo (foto: captura propia en el Street View de Google Maps).
El pastor lo grabó en vídeo (se iba a mandar a Estados Unidos) y, cuando terminamos, me preguntó: estás haciendo Periodismo, ¿no?”. Le contesté que sí, que estaba súper ilusionada y me soltó: “bueno, pues tendrás que bajar de peso, porque si no, ¿cómo te van a contratar en la televisión?”
Recuerdo que pensé: “gracias, esto ayuda mucho a mi autoestima y bulimia”. Y esto era otra cosa, ya que en la iglesia nadie sabía que yo tenía problemas alimentarios.
Y, aunque lo supieran. Nadie tiene derecho a opinar sobre cuerpos ajenos
Desde luego.
Recuerdo que, ese día, tuve una crisis horrible. Ni siquiera fui capaz de llegar a mi casa, sino que me metí en la estación de la Renfe en Atocha. Me fui al baño para vomitar de lo mal que me hizo sentir ese comentario.
“Dejad de arreglar cuerpos y comenzad a arreglar el mundo” (ilustraciones: Tomatoe y Melissa McCaleb).
Así que la única forma con la que sentí que iba a desfogar un poco mi ansiedad, dolor y todo fue vomitando.
Fue una recaída puntual. Yo ya había dejado de hacerlo porque empecé a vomitar sangre.
De hecho, hacía ya tiempo que había ido al médico por ese motivo. Me mandó con la psiquiatra y, después de evaluarme, me dijo que tenía una TCA, depresión y ansiedad.
Entonces, comprendí que a los ataques que me daban en el corazón se les llama ansiedad.
¿También viviste en silencio la depresión?
Sí, la psiquiatra me dijo que mi depresión no era TAN grave. Así que, en ese momento, lo único que me mandó fueron calmantes para cuando me dieran ataques de ansiedad muy fuertes.
Al final, eso lo único que hace es volverte adicta a las pastillas. A mí, no me tranquilizaban nada, es decir, lo hacían durante 2 segundos y, al rato, ya me volvía todo en oleadas de las que no sabía cómo salir porque me estaba ahogando.
Tomaba las pastillas porque yo tenía guardado dinero y me las compraba, pero dejé de trabajar.
¿Te refieres a la revista?
No, esto fue antes. Dejé de trabajar cuidando niñitas, que era algo que hacía desde los 15 años para ganar algo de dinero (50 € al mes).
Y, bueno, como vi que las pastillas no me hacían mucho efecto, le dije a la doctora que quería probar a estar sin parches. Entonces, fue cuando me dijo que tenía que buscar ayuda psicológica.
Ahí me ves con mis 16 años buscando una psicóloga para que me ayudara. Con lo que ganaba, pagaba la psicóloga.
¿Cómo fue tu experiencia en terapia?
La primera psicóloga que tuve fue una señora mayor que me ayudó bastante. Sobre todo, con el tema de la bulimia.
También, con el miedo, porque fue un día que empecé a escupir sangre y me asusté. Fui al médico y la doctora me dijo que tenía la garganta en carne viva. Me preguntó si me costaba tragar y que si tenía acidez. Respondí sí a todo.
La acidez, de hecho, se me ha quedado. Me hincho en 2 segundos porque, al final, jorobé mi estómago.
Empezó como una forma de alivio al dolor que estaba sintiendo, como en la temporada en la que quise empezar a cortarme. No continué con los cortes porque me hice en el brazo y me dolió mucho.
Además, a mí la sangre siempre me ha asustado. Entonces, cuando me hizo un chorro de sangre dije “ay, no, ya no vuelvo a hacer esto”.
Pero sí, me dolió, pero me alivió. Eso también me asustó.
En mi experiencia, alivia porque vuelve el dolor emocional en algo físico. Así, durante un segundo o 2 es una liberación, como la explosión de una burbuja enorme.
Básicamente, es cómo funciona el cuerpo. Deja de estar enfocado en lo mental para encargarse de la emergencia que supone el corte. Por eso, también, es tan sumamente adictivo.
Sí, sí, por eso, yo me asusté y me negué a no repetir. ¡¡¡Ya tenía demasiados frentes abiertos como para abrir otro más!!!
Desde luego que hubo momentos en los que me sentía muy agobiada y quería hacerlo, pero cortarme también me daba miedo.
Las autolesiones son una forma nociva de gestionar las emociones (fuente: elaboración propia para la Mancomunidad THAM).
Creo que, en ese momento, hubo una campaña en la iglesia sobre los cortes. Recuerdo que, cuando empezaron a pasar diapositivas, las leí y me dije “esto…, auxilio!!”
En la iglesia siempre estuve con una apariencia de felicidad, perfección, de “soy lo mejor de lo mejor y no tengo ningún problema”. Por dentro, en cambio, me estaba asfixiando y queriendo morirme.
Y es que estando dentro de la iglesia intenté suicidarme. Nadie de allí se enteró, solo mi prima.
Yo estaba y me sentía tan mal… Fue cuando tenía 14 años, más o menos. Vivíamos en un cuarto piso con mis tíos y, un día al llegar del instituto, me senté en el poyete de una de las ventanas.
Mi hermana todavía estaba en el colegio y tenía que ir a buscarla. En casa, no iba a haber nadie porque todo el mundo estaba trabajando, pero mi prima se había sentido mal y salió del trabajo.
Yo estaba dispuesta a lanzarme. Justo eran las 2 o las 3 de la tarde y casi no había gente en la calle. Cuando mi prima llegó, se asustó un montón y le costó mucho sacarme de ahí porque, al principio, me negué a volver a entrar en la casa.
Finalmente, entré y le pedí que no se lo dijera a mis padres.
Esa fue la primera vez. Luego, la segunda me quise cortar las venas. Me hice cortes muy superficiales, así que no me morí.
Factores de riesgo en conductas suicidas durante la adolescencia con el elenco de la serie Euphoria (fuente: elaboración propia para la Mancomunidad THAM).
Ay, yo también me hice unos cortes en las muñecas, pero tampoco ocurrió nada porque eran muy superficiales
¡¡Y eso que yo ya había buscado información y sabía la dirección en la que me tenía que cortar!! Aún así, nada, solo me salieron 3 gotitas de sangre y terminé con unas tiritas.
El último intento fue cuando tenía unos 18 o 19 años. Me tomé, una noche, todas las píldoras para dormir que tenía mi padre (eran como 24), pero nada ocurrió y ¡no me dormí siquiera!
Serías de ese 0,0001% al que esa medicación no le hace efecto
Sí, lo único que me dio fue un dolor de estómago y una acidez que me quería morir.
Y…, bueno, después de eso, a los 20 años conocí a Noa. Así, empecé a salir un poquito de mi burbuja, que era la iglesia, y a conocer otra gente.
Recuerdo que fui, por primera vez, a una discoteca, no a bailar, sino a cubrir un evento. Y…, ¡sorpresa!, no era lo que me habían dicho en la iglesia, es decir, no era un antro de perversión, sino un lugar con gente bailando, disfrutando y pasándolo súper.
Con estas nuevas experiencias, poquito a poco, me fui alejando de la iglesia y de todas sus normas. Sin embargo, entonces, apareció en la iglesia el Godllywood.
Perdona, ¿el qué?
Godllywood, algo como el Universo de Dios, un programa solo para las chicas. El de los chicos se llama Inteligentmen y sus tareas se enfocan en su crecimiento personal.
En cambio, las de las chicas son: aprender a cocinar, barrer tu casa, arreglar tu armario y leer la Biblia.
Sumisión y cuidado del hogar, doctrina machista impartida en el Godllyood (se publicó el 2 de noviembre de 2022).
Yo era obrera y, en mi cabeza, todavía seguía con la idea de que quería casarme con un pastor. Entonces, me metí al Godllywood porque, justo, el requisito para que las obreras pudieran ser esposas de pastores era entrar ahí.
Como siempre, entré fingiendo. De hecho, mi vida en la iglesia fue fingir, fingir y más fingir. Nunca pude ser sincera.
El grupo se dividía en 3 subgrupos, los de las:
- Principales
- Intermedias
- Retrasadas (sí, así se llamaba)
Yo estaba en este último porque, al ser el Godllywood tan elitista, una de las obligaciones era conocer a fondo al resto de las personas. Justamente, una de las cosas que no quería en la iglesia era que la gente conociera mi verdadero yo.
Me relegaban al subgrupo de las retrasadas por nunca me abría completamente, pero es que no lo hacía porque no confiaba en ellas. ¿Por qué? Porque yo estaba dentro del círculo de lo que era la iglesia y conocía la falsedad y cómo se juzgaban y criticaban unas a otras o lo mal que hablaban de cualquier persona.
Por eso, no me apetecía exponerme a que hablaran fatal de mí.
¿Cuánto tiempo estuviste en el Godllywood?
Justo esto ocurrió cuando estaba conociendo ese lado de la vida fuera de la iglesia que me gustaba más y era más divertido. Además, tenía libertad, podía hablar con la gente y nadie me juzgaba.
A ver, obviamente, sí me estaban juzgando (todes lo hacemos), pero era diferente y, para mí, una fantasía.
Y… ya la gota que colmó el vaso ocurrió después de ir con Noa a cubrir un evento a una discoteca.
Yo me puse a bailar, Noa me grabó y lo subió a su Instagram. No sé cómo (nadie conocía a Noah), pero alguien encontró ese vídeo y se lo dio al pastor responsable de los obreros.
El pastor me llamó y me dijo que me iban a poner en el banquillo (cuando hacías algo mal, te ponían en el banquillo y ya no podías trabajar en la reunión, ni vestirte de obrero ni nada).
Me pusieron en el banquillo porque tenía que recapacitar y pensar en lo que estaba haciendo. Recapacité, pensé y, al día siguiente, fui con mi mamá y le dije que ya no quería ir a la iglesia.
¿También lo dijiste en la IURD o, simplemente, no volviste?
Justo al día siguiente, tenía una reunión con el pastor para hablar sobre el problema. Así que recogí los diferentes uniformes que había tenido, camisetas de eventos (para todo me hacían gastar dinero. El uniforme me costó 400 pavos), un montonazo de libros de la iglesia y una carpeta del Godllywood.
Cuando llegué, el pastor me llevó a su oficina, donde también estaba su esposa. El pastor se puso a hablar y me preguntó si ya había recapacitado. Le respondí que sí y me contó que, por mi bien, me iban a poner en el banquillo y que tenía que cortar todo con Noa y dejar la revista.
Aislamiento del entorno exterior: un mecanismo de control practicado por las sectas (foto: edición propia sobre infografía de Memoriza Grupo).
Entonces, le dije que muchas gracias, pero que les entregaba su uniforme, la carpetita del Godllyood que nunca usé… y que ya no iba a ser obrera ni iba a volver a la iglesia.
Ya fuera del despacho, me estaba yendo y la esposa del pastor me pidió que me acercara a ella. Soltó “voy a hacer una oración por ti” y, entonces, hizo lo típico que sale en las pelis de iglesias sectarias: puso su mano en mi cabeza y dijo “en el nombre de Dios, yo ordeno a todos los demonios que hay ahí que salgan”.
Flipo
Nunca más volví. Bueno, no, miento. Volví una vez, después de una limpieza en la que encontré más libros.
Los llevé a Getafe y, allí, el misionero que estaba me preguntó que de qué conocía a la iglesia porque nunca me había visto. “Ni me vas a ver”, le dije y añadí que conocía la iglesia desde hacía un montón de años, pero que llevaba como 2 fuera.
¿Qué balance haces de tu trayectoria en la IURD?
Fue muy traumática. Me dejó muchas inseguridades respecto a mi cuerpo.
También, un montón de cosas feas que aprendí sobre lo que son las relaciones. Sí, porque lo que te enseñan son relaciones de poder en las que tú no tienes voz ni voto y el hombre es el que sabe, maneja, el que hace y deshace. Tú (la mujer), en cambio, no eres nadie.
Por ejemplo, la esposa del pastor contaba que, cada vez que oía que llegaba a casa, ella le lavaba los pies. Además, se levantaba a las 6 de la mañana para preparar su traje y plancharlo para que él sintiera el amor que ella le tenía.
El machismo de lo que se consideraba la esposa ideal en los años 50 no dista mucho del que la IURD inculca a sus feligresas (foto: elaboración propia a partir de imágenes de Guioteca).
Todo eso eran cosas que no iban conmigo porque yo no las iba a hacer, aunque sí que tuve relaciones sentimentales dentro de la iglesia.
No sabes cómo me alegro de que ninguna llevase a nada porque, ahora mismo, sería una persona divorciada. Feliz, pero divorciada y eso pesa.
¿Quieres decir que seguirías dentro de la iglesia?
Posiblemente.
Dentro de la iglesia tuve 2 relaciones bastante serias. Una que yo no quería y… continuará en la segunda mitad de la entrevista. 🙂