Segundo año fuera del armario: 15 cosas que he aprendido
Hoy, 13 de diciembre de 2016, se cumplen dos años de mi salida del armario y uno desde que decidiera recopilar mis reflexiones y aprendizajes durante esos primeros doce meses de libertad. Aunque antes de salir del armario ya era capaz de pensar por mí mismo, sí que es cierto que, desde que me lancé al mundo y me permití vivir la vida que siempre había deseado (colaborar con asociaciones, luchar contra el bullying, relacionarme con mucha gente, ser capaz de ligar sin sentirme mal por ello…), soy genuinamente yo en todo momento.
Por supuesto que acepto y agradezco consejos, pero ahora esas palabras pasan por mi filtro, es decir, ya no son para mí verdades absolutas, que puedan sustituir mis propias experiencias. En definitiva, que al salir del armario, he dejado de permitir que las opiniones o vivencias ajenas dirijan mi vida.
Por eso, como en el post del año pasado, en esta ocasión, encontraréis un poco de todo, desde razonamientos de vida a temáticas LGTB, pasando por el complejo mundo de las relaciones sentimentales.
Me gusta jugar al fútbol y ¡se me puede dar bien y todo!
Cuando era pequeño, odiaba el fútbol. En el colegio alguna vez jugué, aunque lo hacía más veces en el parque cerca de mi casa o con los amigos del verano. Yo era bastante malo, sí que metí algún gol, pero eran los menos, por lo que normalmente era portero. Yo tenía miedo al balón, los partidos de fútbol en televisión nunca me interesaron y una mezcla entre timidez y unas aptitudes limitadas para este deporte provocaban que verme jugar al fútbol fuese otro motivo para reírse de mí.
Así que, a los 10 u 11 años, puede que antes, decidí que nunca más iba a jugar. En esa época, ya había comenzado mi obsesión por parecer maduro. Entonces, siempre que me preguntaban si jugaba al fútbol, yo respondía que no se me daba bien y que no quería humillarme. Pero siempre daba esa respuesta pensando en que los adultos que me escuchaban pensarían “oh, qué bien habla, qué bien razonado, qué chico más maduro”.
Como el fútbol no se me daba bien y no lo practicaba, para mi profesor de Educación Física, ya se me daban mal tooodos los deportes. Vale, el baloncesto tampoco era lo mío, ni el balonmano, pero sí el badminton y otras actividades consideradas menores. El caso es que la mezcla de todo esto hizo que durante años yo me considerara malísimo o no válido para los deportes. Eso cambió en 2010 gracias al pilates y, sobre todo, desde 2013, gracias al gimnasio.
A principios de este año, GMadrid Sports organizó un torneo de fútbol entre asociaciones LGTB y yo jugué en el equipo Cangrejos de Arcópoli. Me apunté de broma, pensaba que haría el ridículo, pero nada más lejos de la realidad. Mi juego estuvo muy lejos de ser brillante, pero me esforcé y disfruté muchísimo. Sólo he jugado otra vez más, no es mi deporte favorito, pero soy capaz de jugar y eso es muy importante para mí, algo así como vencer otro estereotipo sobre mí.
Si no hay sangre, no hay noticia ni agresión
A finales de agosto de 2015, sufrí una agresión LGTBófoba en Madrid. Fue la madrugada de un viernes a un sábado. Iba de la mano con un amigo por la Gran Vía. De vez en cuando nos besábamos y abrazábamos. Al llegar a Alcalá, unos chicos se nos acercaron, uno me pegó en el brazo izquierdo y nos preguntaron si éramos maricones. Tras unos minutos amendrentándonos y amenazando con sacar una navaja, trataron de robarnos. Nos negamos y forcejeamos con ellos mientras pedíamos auxilio. Al final, un señor se acercó, espantó a los agresores y mi amigo y yo salimos corriendo.
Lo primero que pensé cuando llegué a casa fue en nunca más volver a resultar “obvio” en público. Sabía que ese pensamiento era una respuesta natural al susto y, gracias a la ayuda de Arcópoli, denuncié la agresión en comisaría (esta experiencia merece capítulo aparte).
A raíz de la agresión, hablé con algunos medios de comunicación y salí en la televisión (de espaldas o con la cara borrosa). Salvo alguna excepción me trataron bien y fueron muy comprensivos. Me sentí arropado.
El problema venía al contarlo a otras personas y este año, también, a otros medios de comunicación que me han llamado cada vez que se producía una agresión. Como no terminé en el hospital, ni me fracturé ningún hueso, ni sangré, la frase que más he escuchado ha sido “ah, entonces no fue nada”.
Y no me entendáis mal, yo no pido que la gente me compadezca, ni que me tenga en palmitas por esa desagradable experiencia que ya he superado, ni que me diga que fue la peor agresión. No. Lo único que quiero es que no se niegue ni minimice lo que pasó.
Fue un ataque a mi libertad por ser gay, un delito de odio que lo cambió todo para mi amigo y para mí. Nos dañó emocionalmente, pero eso parece que no importa, “no es nada” o lo peor “solo fue un robo”. A esto último, siempre respondo “claro, fue solo un intento de robo porque los ladrones siempre preguntan a sus víctimas por su orientación sexual”. La verdad es que se acercaron a nosotros porque al ser gays pensaron que éramos débiles y eso se llama homofobia.
La inocencia no es incompatible con la promiscuidad
Durante toda mi vida he oído historias de personas (normalmente mujeres) que se echan a perder por ser muy promiscuas, como si practicar mucho sexo nos convirtiese en seres corruptos, que solo se mueven por sus impulsos sexuales o que ya están de vuelta de todo.
No digo que, en algunos casos, no sea así ¿quién sabe?, pero hablo desde mi experiencia personal porque acostarme con muchos chicos no ha afectado en nada (nada negativo, sobre todo) a mi carácter inocente. No siento que lo sepa todo ni que el sexo sea el motor de mi vida, simplemente disfruto libremente.
Por eso, no entiendo por qué, en pleno 2016, la palabra promiscuo es un insulto o un adjetivo que te quita valor. Siempre que sea consentido, ¿por qué no podemos hacer lo que nos dé la gana con nuestro cuerpo? De niños jugamos con juguetes, de mayores al sexo. No veo por qué supone tanto problema, es algo muy natural.
Activismo de calle versus activismo de sofá
En este último año me he encontrado con bastantes personas que enfrentan las diferentes formas que existen de hacer activismo LGTB. Afirman que uno, el de la calle, es mucho más válido que otro, el del sofá, porque el primero es valiente y el segundo, cómodo. Yo no estoy de acuerdo. Creo que los dos son valientes e igual de válidos.
Salirse del tiesto y dar la cara mientras lo haces es valiente siempre. Puede que sean más vistosas o noticiosas una manifestación, un torneo o un festival de cine, pero ¿cuáles son los lugares que la inmensa mayoría de personas visitamos todos los días? En efecto, Internet y las redes sociales.
Por eso, son las plataformas perfectas para difundir los mensajes del respeto y la igualdad. Lo que se sube a Internet, salvo excepciones, permanece allí siempre. Además, mucha gente que se siente perdida acude a la red para resolver sus dudas o sentirse acompañado (yo lo hice). Todo ayuda y nada sobra.
Maricón sigue siendo un insulto
Es cierto, en muchas ocasiones, en confianza, los gais (desconozco si lo hacen también las lesbianas, bisexuales y transexuales) nos llamamos a nosotros mismos maricones. Yo no soy partidario de hacerlo porque la palabra maricón o los derivados mariconazo, muy gay… siempre se utilizan para descalificar a la persona a la que va destinada. Además, pensad en esas veces en las que se dice que un hombre es muy hetero. ¿Lo veis? Nunca es un adjetivo negativo, siempre le pone en valor.
Los anuncios protagonizados por personajes heterosexuales nos representan a todos, pero si los personajes son LGTB, entonces el anuncio es LGTB
Llegué a esta conclusión cuando El Corte Inglés decidió retirar su anuncio “gay” de la vuelta al cole 2016 porque la plataforma Hazte Oír lo pidió. No sé en qué momento mostrar que una familia formada por dos padres gais se enfrenta a los mismos problemas que las tradicionales se convierte en un ataque a estas últimas. Lo importante es que exista un entorno de amor para los hijos.
Entonces, es “gracioso” porque si salen personajes heterosexuales, el colectivo LGTB debemos entender que el anuncio va dirigido a todo el mundo, pero si salimos nosotros, los pueden retirar porque claramente tratamos de acabar con ellos (nótese la ironía).
Tenemos todo el derecho del mundo a llamarnos como nos dé la gana
Es muy común escuchar frases del tipo “qué rollo, por qué se cambian tanto de nombre” o “no creo yo que no sé quién sea bisexual”. ¿Por qué cuando alguien dice que es gay, lesbiana o transexual nadie se lo discute, pero sí, si se declara bisexual, plurisexual o pansexual…? ¿Quién eres tú para ponerlo en duda, si no es tu realidad? Nadie. Cada persona debería ser libre para etiquetarse (si es que desea hacerlo) con la palabra que sienta que le defina.
No cae sobre mí todo el peso de sostener una relación
Esta afirmación parece evidente y yo la sabía, pero no la aplicaba. Yo soy muy de echar el resto por las personas que me importan, por esas que hace tiempo que noto que la relación se ha enfriado, pero que en el pasado significaron mucho, o por aquellas con las que he tenido química al conocernos, pero que luego la cosa no ha cuajado.
Me deprimo bastante cuando veo que no vuelven a escribirme. Yo lo hago una vez, dos, tres, cuatro… y, después, dejo de hacerlo. En ese momento en el que tomaba la decisión de pasar página, cuando percibía que la relación había muerto sin causa aparente, siempre me quedaba una descomunal sensación de fracaso.
Pero de repente, hace unas semanas, mi cabeza hizo clic. No es exclusivamente culpa mía (si es que hay culpas), que la relación acabe. También existe la otra persona, que me escriba también, si está interesada en mí. Sé que aquí hay muchos matices (he estado también, más o menos, en el otro lado), pero si no me dice qué le pasa (si le pasa algo), me contesta con monosílabos y nunca toma la iniciativa, a mí me parece muy comprensible que yo deje de intentar algo con esa persona. Así que, ¡gracias tristezas de este año por esta revelación tan valiosa!
Hablar claro es un marrón, pero prefiero hacerlo
Aunque ya tuve alguna que otra experiencia el año pasado, ha sido en 2016 cuando me he dado cuenta de lo duro o poco agradable que es rechazar a alguien o poner los puntos sobre las íes. Yo odio que una persona desaparezca o que, en una aplicación de ligue, hayamos hablado bastante, me haya visto la cara y, de repente, tras pasarle una foto, nunca más se sepa. Entiendo que no le gusto, pero ¿no sería más fácil decírmelo?
Y pensaréis, “evidentemente no le gustas” o “a tu edad ya deberías saber interpretar estos comportamientos”. Sí, pero, por otro tipo de experiencias que he tenido este año, he descubierto que los seres humanos no somos adivinos (muchas veces no nos damos cuenta de que obramos mal hasta que no nos lo dicen) y que lo que es evidente para uno, no lo es para otro.
Tiene todo el sentido del mundo. Tú te has creado una película a raíz de una relación con una persona. En principio, todo marcha bien y, de repente, desaparece. Puede haberle pasado cualquier cosa. Por eso, soy partidario de no hacer lo que a mí me molesta y de informar sobre lo que quiero o no quiero.
Desilusionar a una persona con la verdad es duro, sobre todo para el receptor, pero a la larga, es mucho mejor, le ahorras sufrimiento. Y ya sé que cada uno es como es, pero considero que eso no tiene que servir de barrera para no avanzar ni crecer a nivel interior. De hecho, pienso que, a veces, hay que limar ciertas partes de la forma de ser (que no cambiar, a no ser que quieras y solo por ti), es decir, de ser un poco más agradables, para conseguir una buena convivencia con familiares y amigos.
Todos los amigos no tienen que ser para todo
Ahora, mientras desarrollo esta idea, me doy cuenta de que, también sabía esto, pero no ha sido hasta hace unos días que lo he comprendido. Normalmente, cuando tengo un amigo, yo voy con mi pack completo “este es mi mundo” (poder hablar de intimidades, familia, preocupaciones, malas experiencias, bromas, reflexionar, pedir consejo, proponer planes divertidos o interesantes…), pero lo que he descubierto es que no a todos se les puede hablar de todo eso ni contar con ellos para todas mis necesidades.
Creo que esto no es malo, simplemente es y estoy seguro de que me he perdido a grandes personas porque no podían con toda mi mochila. A partir de ahora, valoraré a mis amigos por lo que son, no por lo que yo quiero que sean.
Me he dado cuenta de que cualquier tipo de relación es complicada porque se basa en la aceptación mutua y, al mismo tiempo, en tratar de no hacer daño al otro. A veces esperamos de los otros lo mismo que les damos o incluso mucho más, algo perfecto, pero no es posible, sencillamente porque esa persona no es así.
En confianza da asco, pero no debería ser así
Esta reflexión se la debo a mi gran amiga Tania Criado y estoy totalmente de acuerdo. La expresión “en confianza da asco” hace referencia a comentarios dañinos que son permitidos cuando unas personas alcanzan un elevado grado de intimidad, Considero que no debería ser así. Concibo las relaciones personales como espacios seguros donde, por supuesto, se puedan hablar los problemas que surjan, pero siempre teniendo en mente que lo que se pretende con ello no es herir, sino fortalecer la relación y ayudar al otro.
Soy humano
No es que antes me creyera Dios porque no, pero sí es cierto que, como he hecho mucha introspección, pensaba que tenía la fórmula mágica para ser súper comprensivo y evaluar cualquier tipo de situación de forma justa, mientras me daba cuenta del sufrimiento de los demás y hacía malabares para no hacerles daño con mis palabras o actos.
Y… ¡sorpresa! NO. Como en la canción Soy Humana de Chenoa, cometo errores imborrables que con amor son superables. Todos hacemos cosas mal y, como decía en el punto 9, muchas veces no tenemos ni idea de cómo de mal actuamos hasta que alguien se digna a darnos un baño de realidad. No os lo negaré, descubrir que obramos mal es un shock, pero es mucho mejor tenerlo presente. Nos ayuda a crecer, corregir defectos, a darnos cuenta de que los demás existen y que su carácter tiene tantos matices como el nuestro.
Ese es el motivo por el que insisto en la idea de hablar las cosas y contar las preocupaciones a los amigos. A veces, estamos tan centrados en nosotros mismos que no vemos que la realidad puede ser otra. Por eso, desde aquí, gracias Marcos, Tania, Javi, Pau, Sandra, Javier, Isra, Marta, Alicia y Pedro por no darme siempre la razón y abrirme nuevos horizontes <3
Conversación maldita al ligar
Este año siempre que he quedado con un chico y hemos tenido una conversación del tipo “hablar de la importancia de tratarse bien y dejar claras las cosas, aunque se quede para sexo”, todas las veces he pensado que había encontrado a alguien afín, pero nunca más nos hemos vuelto a ver.
He aprendido que esa conversación es una especie de indirecta, la forma con la que muchas personas piensan que hablan claro y que yo tengo que entender que la relación no irá a más.
La naturaleza es sabia y el rubio no es mi color
Yo de bebé fui rubio. A media que fui creciendo, mi pelo se fue oscureciendo (ahora sé que de una forma muy acertada XD), pero en verano los tonos claros volvían. Desde que decidí cambiar radicalmente mi aspecto, al comenzar la universidad (octubre 2007), la idea de teñirme de rubio ha planeado sobre mi cabeza.
Este verano decidí que ya era el momento de volver a ser rubio y me fui a la peluquería. Me teñí hasta las cejas porque quería parecer rubio de verdad. Como veis en las imágenes, el resultado no quedó natural y mi pelo se dañó bastante. No me gustó el resultado y solo fui rubio unas 40 horas, pero lo importante es que quería teñirme y me atreví a hacerlo.
En conclusión, toda mi vida he deseado ser yo mismo y esto es algo que he logrado tras salir del armario 😉 Así que, para finalizar, os dejo con una canción que representa a la perfección esta última frase y estos dos maravillosos años de aprendizaje: